domingo, febrero 20, 2005

XII. Melisa lo intentará explicar todo

XII. Melisa lo intentará explicar todo

Salgo con Michael. Nos divertimos mucho conversando, compartiendo ideas y todo eso. Viste una chompa roja con la que se le ve lindo y muy bien peinado. Me pregunto si me estoy perdiendo de algo que sucede a mi edad. No lo creo. Otra vez en mi casa Michael se sienta en la mesa a conversar con mis padres un rato y luego ellos se marchan.
Michael y yo nos besamos. Llevo una falda discretamente larga, algo negra. Michael besa de una manera extraña. No sé si soy yo la que está distraída o si Michael de verdad besa muy mal. Me pregunto a cuánta gente he besado y no puedo jactarme de haber besado a muchos chicos. Sin cuestionarme más por nada me quedo callada. Michael es incapaz de tocarme un poco el trasero.
Intentaré explicarlo todo. Soy buena para eso. Michael es el prototipo del chico que he esperado siempre. Es dos años mayor que yo. Va a ser abogado. No es aburrido al momento de hablar. Es interesante y romántico. El mejor amigo de Michael es un chico igual de rubio que Michael, de contextura gruesa, siempre viste pantalones finos y camisas holgadas. Él y su amiga, una chica de pelo negro y anteojos de montura gruesa, son iguales a Michael, algo serios, un poco mayores que Michael, infinitamente mayores que yo. Salen a jugar frontón. Van a lugares donde la cerveza cuesta más de ocho soles la botella pequeña, y se dedican a conversar. La chica, que creo que se llama Paola o algo por el estilo, es lesbiana. Dice que va a lugares como La Santa Sede a bailar con chicas. Juan Francisco, el amigo de Michael, no es gay. Estudió en la Agraria un par de años hasta que se cansó de eso y terminó animándose a estudiar derecho. A diferencia de Michael, ambos están algo interesados en la literatura y todo ese rollo, y frecuentan un taller con un profesor de apellido judío, no recuerdo dónde.

Voy con mamá al médico. Estoy algo fastidiada con todo así que no hablamos mucho dentro del carro. Ella me dice que no tengo que preocuparme por nada y estaciona el carro a cuadra y media de la clínica. No me gusta el ambiente, ni me gusta el lugar donde mamá tiene que hacer cola y pagar. No me gusta la sala de espera.
Cuando es mi turno y me llaman, mamá entra conmigo a la habitación.
El médico tiene barba y una mirada que no dice nada. Usa anteojos gruesos y está muy despeinado. Su cabello se ve blanco y suave como la seda. Mamá dice:
- El motivo por el que venimos es que Melisa ya está en edad de controlar su periodo...
- ...entiendo.
No veo por qué tenemos que discutir esto aquí. Me siento incómoda. Ya tengo dieciséis años...
- Melisa Gambini -balbucea el doctor- Melisa Gambini -repite...- es primera vez que vienes a un ginecólogo, ¿verdad?
Demuestro cierto fastidio hacia esa palabra.
- Muy bien, sígueme.
Cuando estoy de pié me pongo en guardia. Procuré traer algo cómodo. Caminamos hasta que nos ocultamos detrás de una especie de cortina que divide la habitación. Había una especie de cama extraña que no comprendí. Me sentía nerviosa.
- Quítate la ropa, por favor.
Lo miré asustado.
- Me avisas en cuanto estés lista...
No entendía.
Me dejó sola. Escuché que hablaba intensamente con mamá. Escuché que decía:
- Sé que es normal que se atrase de vez en cuándo, pero es necesario controlarlo todo, siempre...
Empecé a desvestirme. Me deshice de mi polo, mi sostén negro. Me quité el pantalón buzo que tenía puesto y mi calzón, aburrido, muy blanco. De pronto sentí frío.
En un par de minutos el médico atravesó la cortina de tela azul y pretendió no mirarme en lo absoluto. Mamá aguardaba callada. Me revisó los seños. Los palpó un poco. Yo juntaba mucho las piernas. Me parecía muy innecesario. Me sentía muy mal. Mi entrepierna estaba llena de pelos (en un acto quizá de extrema coquetería me había depilado un poco la parte superior, produciéndome más que nada escozor e incomodidad). El médico dijo algo así como que todo estaba en orden. No me pidió que me sentara en la silla, ni nada. No me revisó la vagina. Me pidió que me vistiera.
Cuando salgo de allí el médico le dice a mamá:
- Tiene que tomar las siguientes pastillas. Van a hacer que le dé su periodo en un máximo de dos días.
Aguarda un minuto, parece despistado cuando mamá le hace un montón de preguntas. En seguida se acomoda en su silla y dice:
- ¿Cuánto es que me dijo que tenía de retraso...?
Mamá parece desanimada.
- Seis meses.
El médico parece sorprendido. Entonces continúa.
- El caso es que si con las pastillas no le viene la menstruación a Melisa yo les recomendaría un inyectable... -El médico hace un ademán de ponerse de pié- Después, recomendaría las siguientes pastillas para que no se repita...
Le extiende un papel a mamá.
- Pero estas son pastillas anticonceptivas.
El médico sacude la cabeza de arriba a abajo. Mamá dice que de ninguna manera va a permitir que yo tome pastillas anticonceptivas. El médico (que parece fuertemente desanimado) dice:
- Ningún problema...
Toma asiento y repite la faena, le extiende otro papel a mamá.
- No son anticonceptivas.
Antes de salir de allí me doy conque no he dicho ni una palabra, he estado desnuda y se ha hablado de mi vagina abiertamente.

Le pregunto a mamá que por qué no dejó en paz al médico y aceptó comprar las pastillas anticonceptivas.
- No estás en edad de tomar pastillas anticonceptivas.
Protesto. Le digo que pareció una loca diciendo todas esas cosas en el consultorio. Mamá no parece sorprendida, de su mano cuelga una bolsita con las pastillas que me recetó el médico. Estoy muy irritada, y no soporto la idea de que el viejo verde se masturbe esta noche pensando en mí. Mamá explica, mientras caminamos al carro, que las pastillas anticonceptivas son hormonas (y por alguna razón esa palabra no me gusta) y que son una verdadera molestia: te cambia el humor, te pone tensa, produce hipersensibilidad a la altura de los senos, pero te mejora el pelo.
Llegamos al carro. Mamá parece ignorar por completo mi mal humor.
Pienso en llamar a Michael. No le pienso contar nada de esto y tampoco le pienso contar nada a papá. Me parece extraño. De alguna manera, papá y Michael se parecen de sobremanera. Y esta idea produce en mí una sensación de inconformidad hacia todo. Mamá prende la radio. Escucha noticias que a mí no me interesan. De repente noto en su cara una especie de sonrisa sincera que me parece desagradable. Y entonces se me viene a la cabeza una imagen agobiante: mamá y el médico son amantes, se besan a escondidas y se tocan. Tengo ganas de vomitar.
Mamá no me toma en serio. Piensa que soy una niña idiota. Pregunta qué tal me fue con Michael anoche, y yo le digo que estuvo horrible y que odio a Michael. Esta vez mamá no luce sorprendida. Se dedica a manejar y a mantener aquella estúpida sonrisa en la cara, mientras escucha las noticias por la radio y parece muy divertida con eso.
Cuando llegamos a casa me doy cuenta que es sábado y ha salido sol. Me ha venido la regla y me doy conque que no tengo toallas higiénicas ni nada.